Barcelona es un sitio que desborda para el turismo gastronómico, ya que se puede degustar la cocina más sencilla y popular hasta la más exótica y moderna.
La industria alimentaria y la presencia cada vez mayor de personas de otras culturas han influido mucho en los hábitos de Barcelona. El tapeo, por ejemplo, tuvo comienzo con emigrantes en la postguerra. Ahora, hay una apertura a cocinas orientales y exóticas, vegetarianas, incluso ecológicas.
Asimismo, aún perduran sitios tradicionales de obligada visita como Can Culleretes, en la calle de Quintana, que cuenta con más de dos siglos y medio de existencia y fue en su origen una afamada chocolatería; Set Portes, en el paseo de Isabel II, que fue considerado uno de los cafés más lujosos de la ciudad en el siglo XIX; Los Caracoles, en la calle de Escudellers es, posiblemente, el más famoso restaurante barcelonés en medio mundo; Ca l’Agut, en la calle de En Gignàs, era una antigua casa de comidas; Can Lluís, en la calle de la Cera, que tiene alrededor de 75 años con la misma familia al frente.
Pero para conocer la cocina sencilla, popular, casera, de todos los pueblos de España, no hay nada mejor que las casas regionales. Tienen comedores simples, pero que cocinan como nadie sus platos típicos, y además a precios muy razonables. En Barcelona hay casi tantas pizzerías y restaurantes chinos como oficinas de «La Caixa»: una en cada esquina. Si prefiere cocina del Próximo Oriente, vaya al barrio de Gràcia (en las calles Verdi y Torrent de l’Olla las hay en cantidad) y a la rambla del Raval y sus alrededores.
En un recorrido por la cocina italiana hay que ir a estos sitios: Al Passatore, en Pla de Palau, con veinticuatro tipos de pizza, platos napolitanos y menú de mediodía; I Buoni Amici, en Casanova, con cocina de las tres Venecias; Becco Fino, en Balmes, por las noches ofrece buenos platos de la Toscana.
Pero si se apetece lo francés hay que dirigirse a Le Petit Bergerac, en Aribau, que sólo tiene un menú, con tres opciones por plato; La Maison du Languedoc-Roussillon, en Pau Claris, la cocina y los productos del sudeste francés, con banco de ostras; Brasserie Flo, en Jonqueres, es la cocina más noctámbula.
Sin contar la gastronomía libanesa en Al Waha, en la calle de Verdi, buenos precios y menú; Habibi, en Gran de Gràcia, falafels, pero también especialidades vegetarianas: París Condal, en Muntaner, viernes y sábados cuscús. O comida egipcia en Nut, en la calle de Verdi, donde no puede dejar de probar el arroz con frutos secos. O degustar platos griegos en la cadena Dionisos, en Urgell, que ofrece un comedor que reproduce una calle de aquel país. Así, Barcelona en cada esquina estimula nuestros sentidos al tope, al punto que solamente probar unas migas con oliva, ajo y uvas, bien valen el viaje.