A 2 horas de España por la ruta y menos de 3 de París en tren de alta velocidad, la sexta ciudad de Francia en número de habitantes es una joya de la arquitectura clásica. Pero más allá de sus suntuosas fachadas, Burdeos es una ciudad rebosante de vida, en ocasiones insólita, que hay que aprender a amar.
Burdeos tuvo su gran expansión económica en la Edad Media debido al comercio del vino. De esta manera “La pequeña Roma”, hasta hoy, nunca dejó de florecer ya que no solo es la gran capital mundial del vino, sino la metrópolis más animada y cosmopolita del Suroeste francés.
Dueña de una brillante actividad literaria, ostentó entre sus filas al filósofo Montaigne, que además fue alcalde de la ciudad. Pero fue en el siglo XVIII cuando su hermosura destelló en sus manifestaciones arquitectónicas y urbanas.
Y qué mejor que un señor del vino para redactar el espíritu de las leyes de esta ciudad. Es por eso que Montesquieu fue afectado a esta tarea, de la que con los años se convertiría en la mayor metrópolis del Sudoeste de Francia. De este modo, Burdeos, se encuentra emplazada en la médula del máximo viñedo de vinos finos del mundo.
Esta próspera ciudad galo-romana, abrazada por arte, cultura e historia, conserva un maravilloso patrimonio arquitectónico del siglo XVIII. Algunas de sus obras de arte se ubican en el patrimonio mundial de la UNESCO.
Entre sus indispensables propuestas se encuentran los siguientes museos: el de Aquitana, el de Bellas Artes, el de las Artes Decorativas, y el museo de Arte Contemporáneo, el nacional y varios museos privados, dos de ellos consagrados al vino.
Burdeos es una ciudad luminosa y gentil que ofrece no solo monumentos,
sino los soberbios muelles del Garona con sus negocios portuarios y un paseo fluvial abierto a peatones y ciclistas. Sus casas del S. XVIII han sido totalmente restauradas, y el muelle está ocupado hoy por terrazas de restaurantes, áreas de juegos infantiles y un animado mercado dominical.
Es aconsejable recorrer las calles y descubrir las atractivas tabernas del barrio de Saint-Michel, el más mediterráneo de Burdeos. El café de la Fraternité es popular por su terraza y por su té moruno, mientras que el Girondia es muy valorado por sus tapas. Además, el mercado des Capucins se convierte cada mañana en una mixtura, donde portugueses, marroquíes, turcos y bordeleses asisten para adquirir animales vivos. Al mismo tiempo, cada domingo alrededor de la Tour Saint-Michel, fundada en el S. XV, se levanta un pequeño mercado donde se puede intercambiar muebles o postales.